Entre un 15 y un 20 por ciento de la población es hipocondríaca, una cifra «paradójica» ya que estamos en una de las épocas de la Historia donde la longevidad es mayor y los principios básicos de salud como la higiene, la nutrición, los tratamientos quirúrgicos y los antibióticos nos han propiciado una vida más confortable y prolongada.
Así lo defiende Antonio Sitges-Serra, catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Barcelona y jefe del departamento de Cirugía del Hospital del Mar, quien ironiza con que la «medicina avanza tanto que todos estaremos pronto enfermos».
Con motivo de la publicación de su libro ‘Si puede, no vaya al médico’ (Debate), el doctor explica que entre los distintos síntomas de ser hipocondríaco se encontraría el tener una excesiva preocupación por la salud; el leer mucho sobre enfermedades y a veces de fuentes no muy solventes, por lo que en lugar de mejorar las cosas, empeora la situación; el ir demasiado al médico (España acoge los índices más altos de visitas al médico del mundo de 6 a 7 por habitante al año).
«Estas personas muchas veces exigen al médico que le haga pruebas por si acaso. Son personas que ponen demasiada atención a los consejos dietéticos, de nutrición», remarca en una entrevista con Infosalus.
El Colegio Oficial de Psicólogos (COP) define la hipocondría como «la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener una enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal u otro signo que aparezca en el cuerpo».
Puede ocurrir, por ejemplo, según añade, con lunares, pequeñas heridas, toses, incluso latidos del corazón, movimientos involuntarios, o sensaciones físicas no muy claras. «Aunque el médico le asegure que no tiene nada, el hipocondríaco solamente se queda tranquilo un rato, pero su preocupación vuelve de nuevo», menciona el COP.
Entre sus causas, el doctor Sitges-Serra apunta a «la presión de la industria farmacéutica y de los medios», y el COP hace referencia a que éstas son difíciles de determinar, aunque se sabe sobre el perfil genético, y que este trastorno afecta a menudo a ambientes familiares, donde muchos miembros de una familia tienden a estar afectados. «Asociado a la hipocondría suele haber un miedo desmedido a la muerte, al dolor, al sufrimiento, a la debilidad, o a la dependencia de otros», aprecia.
Sobre las enfermedades donde más se da esa hipocondría, el catedrático de Cirugía de la Universidad de Barcelona menciona que son las que más preocupan a la gente. En primer lugar cita al colesterol; después al cáncer, ya que «muchas veces la persona se vuelve más temerosa porque en su familia lo ha habido o por un amigo que le ha pasado algo»; así como al Alzheimer y a las pérdidas de memoria; o a la patología digestiva.
En cuanto a cómo se diagnostica la hipocondría, el COP detalla que lo primero que se hace es asegurar que la persona no tienen ninguna enfermedad física y, una vez descartada, y si el paciente sigue con angustia, preocupación, y con dudas acerca de su estado de salud, ve conveniente estudiar la posibilidad de un trastorno psicológico.
La terapia, fundamental en el tratamiento, tendría por objetivos el perder la angustia y el miedo a la enfermedad que teme, según asegura el Colegio de Psicólogos. «Para ello se plantean primero una serie de prohibiciones y tareas. Se le pide que no acuda a más médicos ni a las urgencias hospitalarias, que no hable de salud ni de enfermedad», agrega, a la vez que se trabaja por que el paciente se enfrente al miedo a la enfermedad y a la muerte.
«LAS MUJERES PAGAN UN ALTO PRECIO EN SU SALUD»
En este contexto de «sociedad hipocondríaca», Antonio Sitges-Serra defiende en su libro que «las mujeres están pagando un alto precio» en tres ámbitos medicalizados de su salud: la prolongación farmacológica de la menstruación, los tratamientos de infertilidad, y la cirugía estética.
Según recuerda, especialmente perjudiciales fueron las campañas de finales del siglo pasado y comienzos de éste por alargar la menstruación de las mujeres, y con el objetivo de mejorar el bienestar general de la mujer o la fisiología de sus huesos. Para ello, según cuenta, se daban hormonas para prolongar la menstruación. En consecuencia, lamenta que hubo miles de mujeres enroladas en este estudio y el resultado fue fatal, ya que el tratamiento hormonal prolongado se vio que aumentaba el cáncer de mama.
«Ya nadie aconseja la prolongación de la menstruación más allá de la menopausia fisiológica, ni tampoco mantener el estímulo hormonal. Esto está hoy en día contraindicado y ahí las mujeres pagaron un alto precio», remarca.
En cuanto a la cirugía plástica, el especialista dice que, aunque se ven perfectamente los efectos inmediatos y espectaculares de la misma, a la larga se puede observar qué pasa con aquellas caras que no se retocan infinitamente. «Pagan un precio por lo que se hicieron diez años antes, y las ‘celebrities’ están adictas a estos efectos transitorios y tienen su lado negativo, su caducidad, que la tenemos todos», señala el doctor.
Sobre la infertilidad, este experto dice que es algo positivo para las parejas infértiles, ya que muchas familias han logrado tener hijos gracias a esta técnica, si bien también ha dado lugar a embarazos tardíos en las mujeres, donde han surgido problemas no tan frecuentes hasta ahora como los partos prematuros, la eclampsia, o las gestaciones de riesgo.
«Ir contra la fisiología tiene un precio. No se puede hacer todo y hay que mirar bien los efectos secundarios. Hay que tener en cuenta que tanto ir contra la naturaleza en general no es bueno y no saldremos bien parados», señala Sitges-Serra.
Por eso, hace hincapié en que es necesario que las personas nos enfrentemos al miedo a la enfermedad y a la muerte. «El miedo a la enfermedad, a la muerte, o que tenemos a no encontrarnos bien, y que a veces que nos inculcan los medios, los anuncios, y el miedo por cualquiera de las causas que no se pueden inducir es lo que nos lleva a la hipocondria y quizá al exceso de medicalización. Hay que hacer ejercicio más responsable y pensar que la salud a hoy en día es de las mejores que hemos tenido. Tenemos que reconciliarnos con la muerte porque es nuestro destino», sentencia.
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