Nuestra genética, un aumento de peso o simplemente la edad pasan factura a nuestro cuello, donde la antiestética papada hace acto de aparición. Para no amargarnos con ella, lo mejor es conocerla

En la vida la única papada que nos interesa es aquella que viene del cerdo ibérico. Más allá del fiel amigo de cuatro patas, la realidad es que la aparición de la papada (que tiene varias causas y un diagnóstico claro) aterroriza casi por igual a hombres y mujeres.

Solemos pensar que es culpa de un repentino aumento de peso, pero no solo nuestros bailes con la báscula hacen que aparezca. La edad, la morfología de nuestra cara y ciertas causas genéticas hacen que pueda hacer acto de aparición, dando un aspecto relativamente antiestético a nuestro cuello. Sin embargo, hay un rayo de luz: nuestra postura poca o nada de culpa tiene en su aparición.

Para ello y para ver qué soluciones podemos encontrar, primero vayamos al foco de la cuestión. Realmente, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la papada?

Qué es (y qué no) es la papada

Si decimos que no es oro todo lo que reluce, también deberemos decir que no es papada todo lo que cuelga en nuestro cuello. Suena extraño, pero no cualquier flacidez en el cuello obedece a lo que realmente es la papada.

«El exceso de volumen de grasa en la zona superior del cuello, justo debajo de la mandíbula», sintetiza. Este ‘sobrante’, como tantos otros, suele corregirse con dietas de adelgazamiento, porque «puede estar causado o agravado por el incremento del peso y puede mejorar con la normalización del peso». Indican los especialistas.

Sin embargo, nuestra batalla con la báscula no es la única que puede hacer que nuestro cuello no luzca como el de un cisne. «Hay personas con predisposición genética que tienen pocas variaciones de la papada en relación al peso», explican.

Lo que no es una papada:

«Existen otros diagnósticos diferenciales que pueden tener indicaciones terapéuticas diferentes, como puede ser la vía aérea protuida hacia adelante o la flacidez facio-cervical», prosiguen. De la primera nos comenta que se debe a «que la tráquea esté avanzada en sentido anterior, lo cual no es una papada real», mientras que la segunda «ocurre con el paso del tiempo porque la cara va perdiendo su tonicidad».

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De esta segunda, más propia de la edad, encontramos ‘culpables’ en nuestros tejidos «terminan desplazándose, quedando el exceso de piel en la zona donde la gravedad acumula ese tejido en la zona que coincide con la papada, pero es básicamente piel descendida», advierten.

Tampoco la juventud evitaría esta sugestión, pudiendo dar la impresión de presentar papada. «En pacientes jóvenes, cuando los evaluamos nos damos cuenta de que tienen un hueso mandibular pequeño», prosiguen. «Por tanto no sujeta los tejidos de la cara suficientemente y no hacen una delimitación entre la mandíbula y el cuello», ratifican.

«En personas jóvenes se debe a factores anatómicos como proyección del mentón, posición o altura de los cartílagos, si hay sobrepeso, etc. En personas de mayor edad se acentúa o aparece cuando hay cierto exceso de peso. O bien en personas con normopeso al relajarse las estructuras del cuello, los músculos, la piel…», explican.

Un cambio que también acontece a medida que cumplimos años y que convierte lo que denominamos ‘papada’ en «una mezcla de depósitos de grasa, mala definición de los ángulos del cuello, relajación muscular, descolgamiento de las glandulares salivares… Y, por supuesto, pérdida de tono de la piel», remarcan.

Malos hábitos, papada y soplar velas

Hemos puesto el foco en una mala relación con la báscula, pero ella no es la única responsable que puede acelerar la aparición de la papada, aunque sí es la más notable. También el sol, lo que bebemos, lo que fumamos o incluso el estrés que sufrimos pueden hacer que nuestro cuello no sea de portada de revista.

«Hábitos como el tabaquismo y la exposición solar favorecen una peor calidad tisular», comentan, aunque «es más notoria a nivel cutáneo, mientras que la papada depende más de tejidos profundos como la grasa, las glándulas o los músculos».

En cualquier caso, eso no quita que «el alcohol suele venir asociado al sobrepeso, si se convierte en un hábito social y suele conllevar que se coma más o peor», pero, sobre todo el temido efecto yoyó o rebote en nuestra báscula no nos hará ningún favor: «los cambios de peso dañan mucho los tejidos y pueden hacer que la papada se evidencie más».

Un incremento que unos kilos de más acaban centrándose en las más visibles de nuestro cuerpo y que, según los expertos, «se debe tener en cuenta que el tiempo agrega flacidez a los tejidos», razón por la que «empeora la papada y el exceso de piel, donde la suma de ambos factores hace más difícil recuperar la zona de manera no quirúrgica».

Los que sí pueden respirar tranquilos son aquellos que creen que su postura contribuye a que la papada crezca a sus anchas. «Los errores posturales simplemente la pueden hacer más evidente pero no hacen que aparezca antes ni la causan».

Busquemos soluciones

Comer menos, hacer más deporte -en líneas generales- o prescindir de alimentos demasiado grasos entran dentro de las formas con las que intentar corregir esta aparición, pero no podemos hablar de magia al hablar de prescindir de la papada.

La pautas habituales como «mantenerse en el pero correcto, fortalecer los músculos del cuello, en especial el trapecio, cuidar la piel del cuello» y no dejar de lado la medicina para «tratar los problemas de mandíbulas hipotróficas y la flacidez facial lo antes posible».

vozpopuli.com

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