El miedo a las arañas (no confundir con aracnofobia, más sobre eso unas líneas más abajo) es un fenómeno relativamente extendido. Hay excepciones, como en todos los casos, pero lo más habitual es sentir miedo, o como mínimo rechazo, por este y otros tipo de arácnidos. ¿Por qué ocurre?

Hay varios factores implicados, pero antes que nada, el miedo o repulsión por las arañas no debe ser confundido con la aracnofobia. La aracnofobia es una de las fobias más extendidas y por eso se confunde habitualmente pero, como todas las fobias, tiene un carácter irracional y es un trastorno psicológico, una patología, que debe ser tratada apropiadamente. Las personas con aracnofobia someten ciertos aspectos de su vida diaria como el lugar al que van de vacaciones o la línea de autobús que toman según su miedo a las arañas.

Dime dónde vives y te diré a qué le temes

La otra parte, completamente normal, es la sensación de repulsión o rechazo a las arañas. Aquí hay que definir, parcialmente, lo que es “normal”. Ese miedo es normal en gran parte de la cultura occidental, sobre todo la europea. En otras partes del mundo, como Indochina, el Caribe o ciertas partes de África las arañas se contemplan como una exquisitez, comestible, antes como algo a lo que se debe tener miedo.

Un estudio entre diversas etnias y culturas descubrió que el miedo era frecuente en países tanto occidentales como occidentalizados, pero disminuía radicalmente en la mayoría de países de Asia y en otros con fuerte influencia asiática, como la India.

El miedo adquirido

La otra parte más interesante, es la que hace que ciertos elementos nos produzcan repulsión de manera natural. No ocurre sólo con animales, también ocurre con ciertas formas situaciones (la oscuridad o los ascensores, que tanto se exprimen en las películas de terror, por ejemplo), comidas o secreciones (mocos, heces).

En este caso, la mayoría de estudios sostienen que los animales que nos repelen han estado asociados, durante generaciones, a enfermedades o infecciones. Algunos animales nos disgustan porque están directamente asociados con la propagación de las mismas, como las ratas, otros porque nos recuerdan a elementos que nos asquean, como los las babosas lo hacen a distintas mucosidades (y que a su vez nos dan asco por un mecanismo de autodefensa, curiosamente) o las larvas, que indican posible putrefacción.

Varias plagas en la Edad Media, y una sensibilidad alérgica a las picaduras de araña, tan normales en su mayoría como las de un mosquito, podrían estar detrás del fenómeno. Durante esa época, cualquier comida que hubiese estado en contacto con una araña, aunque fuese un simple roce, se consideraba como contaminada.

Cabe pensar, en ese sentido, que el miedo a arañas y similares es una simple cuestión histórica, étnica o cultural, que podría ser revertida del mismo modo en el que se formó. Y que explica el primer punto: por qué en algunos países (alejados de dichas plagas en su correspondiente momento histórico) se perciben de una manera y no de otra.

Es algo susceptible a la educación. Implicaría también que un hijo de europeos pero adoptado y educado por asiáticos, por ejemplo, no sentiría ese tipo de miedo.

Por su forma las temerás, el miedo en nuestros genes

La forma alargada de las patas de esta araña es suficiente para provocar miedo o rechazo.

Por otro lado, y de manera relacionada, hay ciertos elementos en la forma, las características y los movimientos de muchos insectos, no solo las arañas, que nos producen temor de manera irracional. Eso también está grabado, de alguna manera, en nuestro código genético y tiene que ver con los estímulos de fight or flight, el tipo de estímulo que nos impulsa a huir ante determinadas situaciones de posible peligro.

La arañas no son exclusivas en este aspecto. Polillas, cucarachas o escarabajos se unen aquí. Nos dan miedo porque su forma la asociamos con otros patrones y características que sí nos dan miedo. El movimiento irregular y rápido de una cucaracha, por ejemplo, se ha relacionado también con este fenómeno particular.

Lo irónico es que sólo un 1% de todas las especies de arañas pueden producirnos algún tipo de daño y además están alejadas de Europa, normalmente en América Central. Y no, no nos comemos ninguna involuntariamente mientras dormimos.

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