Si empezamos por las cifras del ictus, éstas resultan abrumadoras. Nos podemos quedar con tres: cada año se producen 130.000 ictus, es la primera causa de muerte en la mujer y la tercera en hombres (la mortalidad por ictus es cinco veces superior a la de cáncer de mama) y por último, esta enfermedad es la primera causa de invalidez en los países occidentales.

Sin embargo, pese a estos datos sigue siendo una patología poco conocida en la sociedad. “Esta enfermedad esconde y amaga un drama y una catástrofe. Esto es lo que supone para las familias y la sociedad que una persona sufra una lesión en el cerebro”, afirmaron especialistas de la sociedad española de Neurología (SEN). Los expertos señalaron que la crudeza de esta enfermedad radica en la rapidez con la que se manifiesta y en la presteza con la que se instauran los síntomas. Esto desemboca en un cambio brusco en la vida del afectado: pasa a ser una persona dependiente que puede ver comprometidos aspectos tan importantes como la capacidad de andar o de comunicarse, entre otros.

Señalaron que en los últimos años la incidencia de esta enfermedad ha aumentado y se prevé que la tendencia siga en aumento en los próximos años, aunque hay dos noticias muy buenas: la mortalidad se ha reducido y el ictus se puede prevenir. Sin embargo, para conseguirlo hay que conocerlo.

Sabemos que el ictus es más frecuente en mujeres y en mayores de 65 años. Además, afecta con mayor probabilidad a aquellos que tienen antecedentes familiares o han sufrido un ictus con anterioridad. Estos son los factores de riesgo no modificables, los que no podemos cambiar. Significa entonces que no se puede hacer nada. “No”, aclararon, “significa que hay que esforzarse más por controlar aquellos que se pueden cambiar. Si se controlan se podría reducir el ictus en el 90 por ciento de los casos”.

El ictus no es cosa de viejos

La actuación y los cambios que se tienen que llevar a cabo para prevenir un ictus son similares a los que se pueden aplicar con otras enfermedades como la diabetes o los eventos cardiovasculares: vigilar la hipertensión, bajar el peso y acabar con la obesidad, llevar una alimentación sana, dejar de fumar, moderar el consumo de alcohol, reducir el colesterol y realizar al menos 30 minutos de ejercicio diario, como caminar.

El problema es que los hábitos y el estilo de vida han cambiado y esto ha provocado que los jóvenes no estén libres de tener un ictus. “No pensamos que nuestra salud es frágil y cuando somos jóvenes no nos cuidamos tanto. Sin embargo, están aumentando los casos de ictus en jóvenes de entre 30 y 40 años” añadieron los médicos. Se ha demostrado que es menor la incidencia en personas de 40-50 años que realizan deporte que entre las que no lo hacen.

Insistieron en la importancia de tratar el ictus con rapidez y adecuadamente, puesto que es determinante para evitar y reducir las posibles secuelas.

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