La norma de los expertos es no operar hasta que el paciente alcance una madurez física y psíquica imprescindible para tomar estas decisiones y asumir sus consecuencias
¿Qué persona, tras asomarse al espejo antes de vestirse, no ha pensado con qué parte de su cuerpo se siente menos satisfecha? ¿Quizás las orejas están muy despegadas? ¿Y si modelase un poco más las caderas, de manera que no resultaran tan anchas? La nariz parece un poco desproporcionada… Estas preguntas y algunas otras se encuentran entre los “deseos” que muchos jóvenes querrían llevar a cabo para sentirse totalmente a gusto consigo mismos. Una práctica, la mejora de alguna parte del cuerpo recurriendo a la cirugía estética, que aumenta de año en año y se incrementa de manera exponencial coincidiendo con la primavera.
Una encuesta realizada recientemente por la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE) entre sus miembros, cirujanos plásticos de toda España, apunta que el 66% de ellos reciben la mayor demanda de intervenciones quirúrgico-estéticas en primavera, frente al 27% de los que dicen experimentar este “pico de actividad” entre el otoño y el invierno, y el 7% que afirma tener más pacientes interesados en verano que en cualquier otra época del año.
Enrique Pérez Luengo, especialista en Cirugía Plástica y Reparadora, apunta que entre los niños y jóvenes que se someten a cirugía estética hay que diferenciar dos grupos; un primer grupo, formado por niños y jóvenes afectados por una malformación genética y por adolescentes con variaciones de la forma que se salen de la “media” y que suponen un problema grave para su desarrollo personal y su socialización. Y un segundo, que lo integran adolescentes y menores de edad que demandan una intervención de cirugía estética. En el primero de los supuestos, Pérez Luengo manifiesta que “no hay duda que hay que iniciar un plan de tratamiento quirúrgico, que en la mayoría de los casos está bien protocolizado”. Entre este tipo de cirugías estarían, según Pérez Luengo, “los niños con labio leporino a quienes se le interviene la hendidura del labio y, posteriormente, del paladar en los primeros meses de vida.
También, las operaciones de rinoplastia en las primeras etapas de la niñez y durante la adolescencia, los niños que tienen orejas prominentes, que suelen ser operados durante la infancia, y algunas intervenciones mamarias en las menores de edad que también pueden estar justificadas”. Intervenciones que van asociadas siempre a una indicación médica porque, tal y como insiste Pérez Luengo, “la cirugía plástica no es un producto que se pueda consumir o regalar, sino que se trata de una actividad médica que se desarrolla en seis etapas: elaborar una historia clínica, realizar una exploración física, prescribir unas pruebas complementarias, establecer un diagnóstico, emitir un pronóstico e indicar y ejecutar una intervención quirúrgica. Los adolescentes estudiados con rigor pueden beneficiarse de una intervención de cirugía plástica, si en verdad hay una indicación médica”.
En relación con el segundo, aquellos que demandan una intervención de cirugía estética, Pérez Luengo es rotundo al señalar que “salvo en casos puntuales, la norma es no operar hasta que el paciente alcance una madurez física y psíquica imprescindible para tomar estas decisiones y asumir sus consecuencias. La colaboración con los padres es crucial para posponer la intervención, manteniendo un calendario de consultas periódicas, que sirven de apoyo al adolescente y evalúan la progresión del grado de maduración”.
La norma general para iniciar este tipo de cirugías, según establece Pérez Luengo, serían:
La cirugía facial debe posponerse a los 18 años en las mujeres y a los 20-21 años en los hombres, edad a la que cesa el crecimiento del esqueleto facial.
La cirugía de la mama debe indicarse cuando cesa la ganancia de peso que se produce después de la adolescencia. Lo razonable es esperar a los 19-20 años, aunque en chicas con aplasia severa de las mamas, las mamas tendrán el mismo tamaño a los 17 que a los 20 años. En esta situación, es posible que los beneficios superen a los inconvenientes. De igual forma, en chicas jóvenes con auténticas mamas gigantes (gigantomastia), no estaría justificado posponer la intervención.
En cuanto a las liposucciones en adolescentes, hay que ser más restrictivo, pues el depósito de grasa femenina y la estabilización del índice de masa corporal –IMC-, no se completa hasta los 21-22 años. Los jóvenes con trastornos alimentarios como la bulimia, anorexia, etc. no son candidatos a la liposucción.
Una decisión, la de pasar por el quirófano para realizar una “mejora” de alguna parte del cuerpo, que en el caso de los adolescentes y jóvenes viene incentivado, en la mayoría de las ocasiones, por el modelo estético que se traslada a los jóvenes desde los medios de comunicación, las redes sociales o las campañas publicitarias. Sobre este punto, Diana Sánchez, psicoterapeuta y psicóloga perinatal, subraya que “los medios de comunicación y las redes sociales llevan años mostrando mujeres y hombres perfectos, con un canon de belleza difícilmente alcanzable y envuelto en un alegato a la eterna sonrisa y alegría. Esta es la realidad en la que crecen chicas y chicos, desde su infancia”. Por ello, Sánchez afirma que “es importante trasladar a los jóvenes la idea de que existen tantos físicos como personas. El problema llega cuando para llegar a ese canon de belleza impuesto se plantea la opción de la cirugía estética y la realidad nos demuestra que ese desencuentro es cada vez más común y se da en edades más tempranas. No es solo una cuestión de aspecto físico, va más allá. Tiene que ver con la creencia errónea en que si logras ese físico espectacular lograrás más aceptación social, y por lo tanto sentirás más pertenencia a determinado grupo social”. “Ese es el punto de inflexión que es importante identificar. Cuando se dan estos factores hay que ayudar a los jóvenes a entender que la aceptación más importante es la de uno mismo. Algo falla cuando la necesidad de tener confianza en sí mismo viene solo a través de nuestra imagen exterior”, prosigue Diana Sánchez.
Ante el dilema de que un niño o adolescente plantee a sus padres la posibilidad de someterse a una operación de cirugía estética, Diana Sánchez establece tres tramos de edad y la manera en la que los progenitores deben afrontar esta cuestión:
En niños de 6 a 12 años. Los padres deben escuchar al pequeño, y explorar con ayuda de expertos (médicos, psicólogos y psiquiatras) la petición, y por supuesto valorar la motivación. No es solo por un tema de la idoneidad o no de la operación, sino porque hay que tener en cuenta que el niño aún está en pleno desarrollo y crecimiento, y puede cambiar mucho su cuerpo. En líneas generales, no es una decisión que pueda basarse solo en la petición del niño.
Entre 12 y 16 años. Es una decisión a valorar también de forma multidisciplinar. En este tramo de edad los factores psicológicos tienen más peso a la hora de valorar si existe detrás de esa necesidad un trastorno de alimentación, o dismorfofóbico, o incluso valorar factores como la autoaceptación, autoestima o el nivel de integración en el grupo de iguales.
Entre 16 y 18 años. Se trata, sobre todo, de una decisión intrafamiliar, pero también puede ser bueno acudir y pedir ayuda y orientación psicológica de forma previa en caso que se considere necesario.
Fuente: elpais.com