Las embarazadas jóvenes con obesidad podrían desarrollar problemas de corazón durante la gestación y tras el parto, como un aumento de la masa en el ventrículo y una reducción en la fuerza y relajación del bombeo.

Las mujeres jóvenes que padecen obesidad presentan más riesgo de experimentar complicaciones cardíacas durante la gestación y después del parto, tal y como ha revelado un nuevo estudio preliminar que ha sido presentado en las Sesiones Científicas de Ciencias Cardiovasculares Básicas de la Asociación Estadounidense del Corazón.

La investigación, que todavía está en fase de estudio, está analizando los cambios que se producen en el corazón y a nivel químico en 24 mujeres, de unos 28 años de edad de promedio, durante su primer embarazo. De ellas, 11 tienen obesidad –con un índice de masa corporal (IMC) promedio 33,6– y 13 tienen normopeso o sobrepeso –IMC 25,5–.

La obesidad en el embarazo también puede provocar preeclampsia y la muerte prematura de la madre y el bebé

Cambios en la morfología del corazón

Los resultados preliminares que han dado a conocer los autores del trabajo han sido que durante el primer trimestre del embarazo, las mujeres obesas, en comparación con las sanas o con sobrepeso, tienen el ventrículo izquierdo con más grosor (122,6 g contra 97,4), menos fracción de eyección (71% frente a 73,7%), una relación E/A –uno de los parámetros importantes de la función diastólica en la ecografía Doppler– más baja (1,5 contra 1,83), y una presión arterial diastólica y sistólica más elevadas (79,7 mmHg comparado con 68,8 mmHg, y 125 mmHg frente a 109 mmHg, respectivamente).

En conclusión, las embarazadas que tienen obesidad presentan un riesgo mayor de presión arterial elevada (aunque sin llegar a la hipertensión), una reducción de la fuerza y relajación de cada bombeo, y más masa en el ventrículo izquierdo del corazón, que puede provocar una hipertrofia de la zona y continuar incluso tras el nacimiento del bebé.

Además, hay que añadir que la obesidad en el embarazo aumenta el riesgo de morir y puede causar preeclampsia, que se caracteriza por una presión arterial elevada, especialmente en el segundo trimestre, y que puede afectar directamente a la placenta y a los órganos del feto, e incluso provocar su muerte.

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